El niño es un ser acabado y perfecto. Merece todo el respeto del mundo. Es sujeto de la historia. Es el único que puede ser espontaneo en la historia, inocente e ingenuo en la vida. Esas virtudes deberían ser sagradas e intocables. Que daño le hacemos nosotros los adultos a los niños amándolos con compasión y sin creer en ellos. El mundo del niño es fantástico. Mucho mejor que el nuestro. Si la protección al niño se la damos a través de la atención y no de la prohibición y del cuidado carcelario, si consagramos horas y horas nuestras a la atención del niño, empezamos a salvar la humanidad.
Comunicarnos con el niño es saberlo escuchar. Si no sabemos escuchar al niño nunca lo comprenderemos. Escucharlo es saber que él vive en un mundo de fantasía y es real para él y no para nosotros. Para comunicarnos con el niño hay que ir a su mundo y no traerlo al nuestro, como es nuestra costumbre.
No es fácil la tarea pues llevamos milenios sometiéndolos, no respetándolos, obligándolos a ser mayores antes de tiempo, como si el mundo de ellos no fuera el mejor
Tito Arango
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